Entre leones

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miércoles, 9 de diciembre de 2009

Zapatero, solo ante la crisis.

Esta semana hemos vuelto al trabajo en el Congreso de los Diputados y hemos podido ver en acción a los actores políticos más solicitados del momento, para interpretar una nueva adaptación de un guión ya conocido: “José Luis Rodríguez Zapatero sólo ante la crisis”. Como marca el reglamento, apareció éste en primer lugar, para anunciar, no sin cierto optimismo, que lo peor de la crisis ya había pasado y que era el momento de realizar un esfuerzo colectivo, para solventar los desequilibrios económicos generados en las cuentas públicas, consecuencia de las medidas puestas en marcha para afrontarla. A lo que Rajoy, le respondió no sin cierta antipatía, que estábamos muy lejos de haber tocado fondo y que las acciones del Gobierno no solo no contribuían a que el país remontara la crisis sino que generaban un déficit imposible de reconducir. Y lo acompañaba, con una letanía de cifras y datos que, en su opinión, ponían de relieve lo cierto de sus afirmaciones. Como es costumbre, las aficiones (por cierto, que la del PP un tanto diezmada por las vacaciones) atrincheradas en los escaños animábamos y aplaudíamos los golpes certeros de nuestro ponente, como si pudiésemos insuflarle aire con cada aplauso. Todo trascurrió más o menos según lo previsto. Después de casi cinco horas de sesión ininterrumpida, los adversarios se retiraron a sus rincones a la espera de que al día siguiente los medios de comunicación emitieran un juicio que les fuera favorable.

Mientras tanto, la ciudadanía asistió muda a un debate, cuyos términos no tenía porqué conocer y cuyas alcance difícilmente podía aventurar. Es por ello, que una labor fundamental de los que asistimos al Pleno, en calidad de representantes debe ser la de trasmitir en nuestras circunscripciones lo que allí sucedió, pero sobre todo la de desvelar las claves que permitían entender el trasfondo ideológico que se hallaba detrás de cada argumento. Aunque algunos se empeñan últimamente, en desdibujar el arco ideológico en el que se sitúan los partidos en la actualidad, se puede comprobar fácilmente que existen vínculos claros entre los argumentos de un determinado político y el rango ideológico que ocupa su partido.

No es necesario decir, que para los y las socialistas es siempre una gran satisfacción conocer, por boca del Presidente, que la acción de Gobierno no solo está destinada a recuperar el crecimiento económico del país sino también a combatir sus peores e inmediatas consecuencias. Porque todavía creemos que la política es la herramienta de que disponen las sociedades para gestionar la solidaridad y ofrecer a todas las personas que las integran unas condiciones de vida mínimamente dignas, así como las mismas oportunidades de progresar en ellas. Nos resulta por tanto, un verdadero tormento escuchar a un Partido Popular nada arrepentido de aquel modelo insostenible que impusieron durante sus años de gobierno. Un modelo que inculcaba a la sociedad la idea demencial de que el gran negocio del siglo consistía en depositar los ahorros y las esperanzas de multiplicarlos en el negocio inmobiliario. Y en efecto, para unos cuantos notables empresarios fue así: obtuvieron pingües beneficios gracias al arte de apilar ladrillos y hormigón de forma indiscriminada sobre el territorio. Pero sobre todo, amasaron sus fortunas gracias a un mercado que por arte de magia, les permitía multiplicar el valor de los inmuebles, en el momento previo de trasferírselos a unos esforzados propietarios. Seguramente los mismos empresarios que cuando las cosas pintaron feas pusieron sus ganancias a buen recaudo y se prepararon para deshacerse del lastre al grito de flexibilización del mercado laboral. Pero lo que resulta verdaderamente inadmisible es que el mismo Partido Popular que estableció este modelo, que se jugó la prosperidad del país a una sola carta, que depositó la capacidad inversora exclusivamente en el sector privado y que dejó en manos de nadie la regulación del sector financiero, en vez de plantear un nuevo modelo económico o de arrimar el hombro al que propone el gobierno, continua en la defensa de los mismos planteamientos. Y sus recetas siguen siendo, lo hemos visto precisamente en este último debate, menos impuestos, menos recaudación y, por tanto, menor capacidad del gobierno para dirigir la política inversora del país, pero sobre todo menor capacidad del gobierno para ayudar a las personas y a las familias que están sufriendo las peores consecuencias de la crisis.

Así que permítanme que diga, que estoy muy orgulloso de un Gobierno socialista que, en los peores momentos de una crisis ha mantenido las prestaciones sociales, ha aumentado el periodo de cobertura del desempleo y que se propone incluso, seguir subiendo las pensiones mínimas. No puedo estar más de acuerdo con que ese mismo Gobierno además, haya pretendido consensuar todas las medidas puestas en marcha desde el inicio de la crisis en la mesa del diálogo social y, sobre todo, con la participación y el acuerdo de los sindicatos. Queda para el recuerdo, o mejor para el olvido, el lamentable protagonismo que adquirió el presidente de la patronal en su intento de dinamitar el diálogo social, con propuestas verdaderamente inadmisibles (casualmente, días antes había compartido mantel con el Presidente del Partido Popular). Por ello, cuando el Presidente subió a la tribuna y pidió un último esfuerzo fiscal, para seguir trabajando en la superación de la crisis, sin recortar las políticas sociales, el líder de la oposición debió reflexionar bien su respuesta, porque de ella se iba a desprender si estaba con la gente, cómo tanto le gusta decir, o si en cambio, se hallaba tan solo a la espera de que se produzca un fracaso del Gobierno. Como era de preveer, se confirmó la segunda opción y nos permitió constatar que Zapatero no podrá apelar a la responsabilidad del mayor partido de la oposición. Así que tendrá que apañárselas solo.